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Dios se revela a la humanidad a través de su creación (1.20).

Pero la humanidad suprime esta manifiesta revelación, y su supresión de algo tan evidente no tiene excusa (1.18-20).

El resultado es un circulo vicioso:

  • Rehusan glorificar a Dios, y adoran a criaturas e ídolos en su lugar (1.21-23, 25).
  • Dios los “entrega” a cuerpos pervertidos (1.24, 26-27) y a mentes depravadas que saben lo que deben hacer pero cometen toda clase de pecados (1.28-32).

Por eso el día de la ira de Dios se acerca, cuando Dios juzgará los secretos de toda la humanidad por medio de Jesucristo (1.18ff, 2.5-11, 2.16).

Pero Judíos y Gentiles son igualmente culpables ante Dios (caps 2-3, esp. 2.1-3, 2.17ff, 3.9ff, 3.23).

  • Los Gentiles serán juzgados a pesar de que no tienen la ley, porque su conciencia actúa como la ley para ellos (2.12, 14-15).
  • Los Judíos son especiales, porque Dios les dio su ley (3.1-2). Pero no pueden jactarse porque ellos cometen los mismos pecados que los Gentiles (2.17-24). Su ley los pronuncia llenos de pecado (3.9-19), y así los hace conscientes de su pecado en vez de justificarlos (3.20). Su pecado de alguna manera aumenta la gloria y la justicia de Dios en comparación. Sin embargo, Dios es justo en castigar su pecado (3.1-8). A los Judíos su desobediencia a la ley hace que Dios los trate como incircuncisos (2.25-29).

Dios es bondadoso y pacientemente espera para que las personas se arrepientan (2.4). Y no ha juzgado todavía los pecados de los que vivieron antes de Cristo (3.25).

Los profetas prometieron un evangelio (1.2), y la ley y los profetas testifican que ha de haber una justicia de Dios por fe en el futuro (3.21-22).

Jesús vino como descendiente de David. Dios trae la redención por medio de él—Dios lo presentó como sacrificio (3.24). Y por su resurrección el Espíritu proclama que Jesús es el Hijo de Dios (1.3-4).

Dios llamó a Pablo para que predique su evangelio a los Gentiles (1.1, 1.5, 1.14-15).

Su “evangelio” es el poder de Dios y revela una justicia de Dios (1.16-17), que es aparte de la ley (3.21), por la cual Dios mismo es justificado aunque justifica a los pecadores (3.26).

Las personas que Dios declara justas son personas que tienen fe en Jesucristo (1.17, 3.22, 3.25). Ellos obtienen la “salvación” (1.16) y producen la “obediencia que procede de la fe” (1.5).